El concepto de persona reúne, en cierto modo, los rasgos más importantes del ser humano en sus aspectos individuales y sociales. Por eso, se establece una diferencia esencial entre el mundo de las "cosas" y el mundo de las "personas". Consideremos algunas cuestiones que permitan analizar este concepto central de la antropología filosófica.
1. Un concepto complejo: la unidad de la máscara
El término persona tiene un curioso origen. Persona es un término latino que, a su vez, se corresponde con el significado del término griego prósopon. Era el nombre que se daba a la máscara que los actores del teatro llevaban para identificar el personaje que representaban, evitando su confusión con otros. Así, persona era la máscara que daba unidad al personaje. De ahí que el término personalidad quiera decir el modo propio de ser de cada uno, y que un sujeto humano posea siempre una personalidad propia.
El tránsito desde el concepto de máscara al de persona posee una larga historia que resalta el valor del individuo humano frente a las cosas. Sócrates señaló que uno de los rasgos esenciales del ser humano era poder "conocerse a sí mismo". Su discípulo Platón, por su parte, afirmó que el ser humano tenía valor porque poseía un alma inmortal. Pero fueron el derecho humano y el cristianismo los que dieron un extraordinario impulso al concepto de persona:
1) En la antigua Roma se reconocía a sus ciudadanos una existencia civil como individuos concretos, que se traducía en la posesión de una serie de derechos. Los esclavos no tenían esos derechos y, por eso, no eran considerados personas, sino simples cosas. Por ello, en el derecho romano se encuentra la raíz del concepto jurídico de persona como sujeto de derechos y deberes.
2) En el cristianismo se piensa que cada ser humano es una criatura de Dios que posee un alma capaz de recibir premios o castigos según sea su actuación. Y además se cree que la vida se prolonga más allá de la muerte. Todo ello no hace sino subrayar el valor de la persona como una entidad autónoma, con identidad propia y, sobre todo, con una permanencia y continuidad que no termina en esta vida.
2. La persona, sujeto de derechos y de responsabilidad moral
Hay dos elementos fundamentales del concepto de persona que es preciso destacar: es sujeto de derechos y de responsabilidad moral. Consideremos lo que ello representa:
1) El derecho romano, como ya hemos comentado, identificaba el concepto de persona con la posesión de una serie de derechos. Claro que, en la antigua Roma, las "personas" eran solamente los ciudadanos romanos: los esclavos, que eran una parte importante de la población, no tenían esta consideración y valían lo mismo que las cosas y los animales.
La expansión del cristianismo supuso el progresivo reconocimiento del valor del ser humano, pero durante muchos siglos, los derechos solo se les reconocerían a los nobles y a las clases privilegiadas.
La Revolución Francesa supuso un cambio fundamental, al terminar con los privilegios del Antiguo Régimen y proclamar, en 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Por primera vez en la historia se reconocía que el ser humano, por el mero hecho de ser tal, era sujeto de derechos.
2) Pero la persona no es sólo sujeto de derechos. Una persona es capaz de actuar libremente y de "responder" de sus acciones frente a los otros seres humanos. Es decir, es "responsable" de sus actos. Por ello, no sólo tiene derechos, sino que también tiene deberes. Y es que tener derechos propios supone tener también deberes hacia los otros. Ambos aspectos se unen en el concepto de persona.
Kant vio con suma claridad que la diferencia fundamental entre las cosas y las personas era que éstas podían actuar de modo libre y, por ello, dar cuenta de sus actos. En el núcleo de la persona se encuentra la fuente de la moralidad: no precisa que nadie le diga cómo debe actuar. La persona es la fuente del deber y de la moralidad, y se encuentra en la base del concepto de ciudadanía.
Muchos filósofos del siglo XX, desde Scheler a Habermas o Levinas, han desarrollado esta misma perspectiva. Derecho y deber son dos aspectos del valor de la persona que no pueden olvidarse nunca.
3. Una filosofía de la persona: el personalismo y el existencialismo
En el siglo XX, dos escuelas filosóficas han subrayado el valor de la persona como uno de los temas esenciales de la filosofía:
1) El existencialismo: es una escuela filosófica inspirada en el pensamiento de Heidegger y en el de Sartre. Para estos pensadores, la tarea más importante de la filosofía es dilucidar el sentido de la existencia humana y, sobre todo, advertir que el sujeto humano es tal porque debe enfrentarse a un mundo de posibilidades y necesita elegir entre ellas y construir su vida como un proyecto.
A veces, las conclusiones del existencialismo no son optimistas, pues la existencia humana no siempre es agradable, pero en ella y en sus rasgos trágicos es donde debe encontrarse el sentido de la persona.
2) El personalismo: Emmanuel Mounier, influido por la tradición cristiana, cree que la persona es la única fuente de los valores verdaderos.
Una persona no es una sustancia cerrada, sino un principio de esfuerzos y proyectos que nunca puede ser dominado. Es la fuente de la libertad y de la creatividad. Por ello, defender el valor de la persona es el verdadero remedio contra todo totalitarismo. El auténtico concepto de persona, además, debe tener en cuenta la comunidad en la que vive el individuo, de modo que resalte los valores sociales.
Otros filósofos del siglo XX, como Scheler, Buber o Ricoeur, han desarrollado tesis cercanas al personalismo, y han hecho del concepto de persona un elemento esencial de reflexión.