sábado, 18 de mayo de 2024

La tradición kantiana

1. La razón práctica

A fines del siglo XVIII, Immanuel Kant propone un criterio moral distinto a los precedentes en la historia de la filosofía. Considera evidente que los seres humanos desean ser felices y que para lograrlo han de hacer uso de una razón prudencial y calculadora. Sin embargo, como las personas imaginamos nuestra felicidad de formas distintas, una razón de este tipo no puede formular sino consejos: teniendo en cuenta cómo es una persona, aconsejarle qué debe hacer para ser feliz.

Pero las personas tenemos conciencia de que hay determinados mandatos que debemos seguir, nos haga o no felices obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o que "no hay que ser hipócrita", no estoy pensando en si seguir esos mandatos hace feliz, sino en que es inhumano actuar de otro modo. El asesino, el hipócrita no están actuando como auténticas personas.

Nuestra propia razóes la que nos da leyes sobre cómo comportarnos para ser personas auténticas. Por eso, esas leyes mandan sin condiciones, no prometen la felicidad a cambio: sólo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se expresen como mandatos (imperativos) categóricos, incondicionados, y no simplemente hipotéticos, condicionados a que alguien quiera ser feliz de un modo u otro. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener una buena voluntad. La razón que da esas leyes morales no es la prudencial ni la calculadora, sino la razón práctica, que orienta la acción de forma incondicionada.

2. El test del imperativo

Para saber que una norma es una ley moral, dada por la razón práctica, y que puede, por tanto, expresarse como un imperativo categórico (como un mandato incondicionado), Kant propone someter cada norma a un test, que tiene tres pasos:

① Universalidad: Será ley moral aquella que yo creo que todos los seres humanos deberían cumplir, porque respeta y promociona a seres que no valen para otra cosa (relativamente valiosos), sino que son valiosos en sí mismos (absolutamente valiosos). De ahí el sentido del segundo paso del test.
② Ha de protegerse a seres que son fines en sí mismos por tener valor absoluto y que, por lo tanto, no deben ser tratados como simples medios. Los únicos seres que son fines en sí son los seres racionales.
③ Ha de valer  como norma para una legislación universal en un reino de los fines. Dicho de otra forma: para dilucidar si una norma es una ley moral, he de comprobar si querría que estuviera vigente en un reino en que todos los seres racionales se trataran entre sí como fines y no como medios. Es decir, que no se manipularan recíprocamente.

  Formulaciones del imperativo categórico  

Los tres pasos de este test se recogen en las llamadas formulaciones del imperativo categórico:

a) Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
b) Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.
c) Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de los fines.
 
3. Autonomía y dignidad humana

Si las personas somos capaces de darnos este tipo de leyes, que nos permiten superar el egoísmo y asumir la perspectiva de la universalidad, es decir, si somos capaces de ponernos en el lugar de cualquier otra persona a la hora de decidir si las acciones son morales o inmorales, entonces es que somo autónomas y no heterónomas. Es autónomo el que no se rige por lo que le dicen, pero tampoco sólo por sus apetencias o por sus instintos, que al fin y al cabo él no elige tener, sino por un tipo de normas que cree que debería cumplir cualquier persona, le apetezca a él cumplirlas o no. Esas normas serán las propias de cualquier ser humano: nuestras normas.

Un ser capaz de actuar de este modo y que es valioso en sí mismo no puede venderse en el mercado por un precio, porque para eso habría que fijarle un equivalente. Podemos intecambiar un kilo de manzanas por un bolígrafo, pero, ¿por qué podemos intercambiar a un ser humano?, ¿cuál es su equivalente?, ¿cuál es su precio? La respuesta de Kant es clara: los seres humanos no tienen precio, no pueden intercambiarse por un equivalente, sino que tienen dignidad. Son dignos de todo respeto.

Todas las éticas actuales aceptan esta afirmación kantiana de que las personas son absolutamente valiosas, fines en sí, dotadas de dignidad y no intercambiables por un precio. 

viernes, 17 de mayo de 2024

La tradición dialógica

1. Del monólogo al diálogo

En ética, la tradición dialógica arranca de Sócrates (siglo V a.C.) y pasa por el personalismo de autores como Martin Buber (siglo XX). Actualmente resurge con fuerza en la ética discursiva creada por Karl Otto Apel y Jürgen Habermas, que tiene -entre otras- la peculiaridad de intentar "poner en diálogo" la ética kantiana. Creen ambos autores que la aportación kantiana es óptima, pero adolece de un defecto: considera la racionalidad moral "monológica", cuando en realidad es dialógica. Las personas no llegamos a la conclusión de que una norma es ley moral o es correcta individualmente, sino a través del diálogo con los demás. Ahora bien, ¿a través de cualquier diálogo?

2. El test del discurso

Supongamos que ponemos en cuestión una de las normas que hemos dado por buenas hasta el momento y que queremos averiguar si el moralmente correcto o no. Si fuéramos kantianos estrictos, la someteríamos al test del imperativo categórico, pero la ética discursiva propone someterla a un diálogo entre los afectados por la norma, que recibirá el nombre de discurso y se atendrá a algunas reglas.

Ahora bien, para comprobar, tras el discurso, si la norma es correcta, habrá de atenerse a dos principios:

🝕 El principio de universalización, que es una reformulación dialógica del imperativo kantiano de la universalidad. "Una norma será válida cuando todos los afectados por ella puedan aceptar libremente las consecuencias y efectos secundarios que se seguirían, previsiblemente, de su cumplimiento general para la satisfacción de los intereses de cada uno".

🝕 El principio de la ética del discurso, que es una reformulación dialógica de la autonomía kantiana. "Sólo pueden pretender validez las normas que encuentran (o podrían encontrar) aceptación por parte de todos los afectados, como participantes en un discurso práctico".

3. Reglas del discurso

 Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en el discurso.
 Cualquiera puede problematizar cualquier afirmación.
 Cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmación.
 Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades.
 No puede impedirse a ningún hablante hacer valer sus derechos, establecidos en las reglas anteriores, mediante coacción interna o externa del discurso.



4. Comunicación: no estrategia

La norma sólo se declarará correcta si todos los afectados por ella están de acuerdo en darle su consentimiento, porque satisface, no los intereses de la mayoría o de un individuo, sino intereses universalizables. El acuerdo al que lleguemos no será un pacto estratégico, en el que los interlocutores se instrumentalizan recíprocamente para alcanzar cada uno sus metas individuales, sino el resultado de un diálogo en el que se aprecian recíprocamente como interlocutores igualmente facultados, y tratan de llegar a un acuerdo que satisfaga intereses universalizables. Esto significa que la racionalidad de los pactos es racionalidad instrumental, mientras que la racionalidad de los diálogos es comunicativa y tiene en cuenta los intereses de todos.

Evidentemente, en ocasiones habremos de servirnos de estrategias, pero sólo actúa moralmente el que lo hace tratando de establecer las bases de una sociedad en que sea posible la comunicación transparente, sin peligro para nadie.

5. ¿De qué somos dignos?

Hablar de "dignidad humana" carece de sentido si no aclaramos de qué somos dignos. La ética del discurso afirma que cada persona ha de reconocerse como interlocutor válido en cuantas normas le afecten. Por lo tanto, cuando se delibere sobre la corrección de esas normas, somos dignos de ser tenidos en cuenta en las decisiones: tenemos que poder participar en los diálogos en las condiciones más próximas posible a la simetría.

sábado, 11 de mayo de 2024

Sensaciones y conceptos

Nuestra naturaleza conlleva que la intuición solo pueda ser sensible, es decir, que no contenga sino el modo según el cual somos afectados por objetos. La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra: sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la intuición) como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos).

Immanuel Kant, Crítica de la razón pura

viernes, 10 de mayo de 2024

Séneca

Lucio Anneo Séneca (4. a.C. - 65 d.C.), hijo de una familia romana instalada en la Bética (Andalucía), nació en Córdoba; siendo niño su familia se trasladó a Roma. En la capital recibió una formación humanística en la que predominaron las enseñanzas y las influencias de los filósofos estoicos. Después de una estancia en Egipto y de sufrir un destierro en Córcega, volvió a Roma, en donde fue preceptor de Nerón y tras ser éste nombrado emperador se convirtió en su principal consejero (o ministro) y en uno de los personajes más influyentes de la administración romana. Pero tras un tiempo, no muy largo, de armonía casi perfecta, poco a poco fueron surgiendo diferencias entre uno y otro debido al progresivo endurecimiento de la política de Nerón.

Con el fin de atenuar los excesos del emperador, Séneca escribió De clemencia, en el que le pide que sea razonable y prudente de acuerdo con las virtudes naturales; pero nada consiguió. Fue entonces cuando Séneca, casi retirado de la vida política, escribió sus obras principales, entre las que podemos destacar las siguientes: Cartas a Lucilio (su hijo), Sobre la amistadExhortación a la filosofíaFilosofía moral, etc. Otras obras dignas de mención son: De consolaciónSobre la brevedad de la vida o Sobre la tranquilidad del alma.

Tras su retirada de la vida política se convirtió en blanco de las miradas de quienes pretendían poner freno a los desmanes de Nerón y, en ese sentido, junto con algunos senadores y otros personajes ilustres cercanos al poder, participó en la conspiración de Cayo Calpurnio Pisón (quien pretendía el entorchado imperial) y fue condenado a muerte, cumpliendo la condena por su propia mano.

En cuanto a los contenidos de sus obras, se encuentran dirigidos a poner de relieve la existencia de una razón universal, rectora del cosmos, que somete todas las cosas y de la cual deben participar la razón de todos y cada uno de los seres humanos; en este sentido, las personas, por una parte, han de procurar actuar de modo racional en todas sus actividades y, por otra, en tanto en cuanto todos los acontecimientos son manifestaciones de un orden o de una razón superior, han de conformarse con su suerte, han de aceptar las consecuencias positivas o negativas que les depare su destino.

De acuerdo con estas líneas, Séneca enseña la prudencia en la conducta: no dejarse arrastrar por las pasiones o, lo que es igual, anteponer siempre la razón a las pasiones; la conquista de la paz interior, la tranquilidad del alma, la preocupación por nuestros semejantes y por las cuestiones sociales y, en último término, como aspecto más destacado de la doctrina estoica, la indiferencia (apatía) y la autonomía interior ante los males y las asechanzas externas. La persona íntegra sabe superar y sufrir, impertérrito, todas las suertes y las desgracias.

jueves, 9 de mayo de 2024

Diógenes de Sinope o Diógenes el Cínico (413-324 a.C.)

Diógenes, habiendo escrito a uno para que le buscase un cuarto donde habitar, como éste se retardara en hacerlo, tomó por habitación un tonel, según él mismo manifiesta en sus Epístolas. Por el verano se echaba y revolvía sobre la arena caliente y en el invierno buscaba las estatuas cubiertas de nieve, acostumbrándose a todas las clases de sufrimiento. Era contumaz en provocar a los demás y a la escuela de Euclides la llamaba "cólera", a la dialéctica de Platón le daba el nombre de "inutilidad", a las fiestas bacanales "grandes maravillas para los necios"; a los gobernadores y magistrados, "ministros de la turba". Cuando veía a los magistrados, los médicos y los filósofos empleados en el gobierno de la vida decía que el hombre es el animal más recomendable de todos; pero al ver los intérpretes de sueños, los adivinos y cuantos los creen o a los que se ciegan por la gloria mundana y riquezas nada consideraba más necio que el ser humano.

Diógenes Laercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos, Libro VII




miércoles, 8 de mayo de 2024

Epicteto, un sabio estoico

Si quieres conservar también tus bienes exteriores, el cuerpecito, tus pequeñas propiedades y tu honrilla, te advierto: prepárate con toda la preparación posible y además observa tanto el talante del juez como el de tu oponente: si hay que abrazarle las rodillas, abrázale las rodillas; si hay que llorar, llora; si hay que gemir, gime. Y cuando te sometas a los bienes exteriores, sé esclavo en adelante y no andes cambiando de idea, ahora queriendo ser esclavo, ahora no queriendo, sino simplemente elige claramente o lo uno o lo otro: o libre o esclavo, o sabio o inculto, o gallo con raza o sin ella, o aguantas los golpes hasta morir o ríndete de inmediato. No sea que tras aguantar muchos golpes termines rindiéndote.

Pero si esta conducta te parece vergonzosa, haz ahora mismo la distinción: ¿en dónde reside la esencia de los males y de los bienes? En donde resida también la verdad. Pero donde esté la verdad, allí también se encuentra la naturaleza. Y donde se encuentra la verdad, allí está también la prudencia y donde se encuentra la naturaleza, allí está la verdad. ¿O te parece que si Sócrates hubiera querido conservar sus bienes exteriores habría dicho en su juicio: "A mí Ánito y Meleto pueden matarme, pero no perjudicarme"? ¿Iba a ser tan insensato que no supiera que este camino no conducía a los bienes, sino a otra parte?, no se puede andar a medias tintas, como mi amigo Heráclito, que tenía ciertas complicaciones con una finquita en Rodas y tras haber mostrado a los jueces que reclamaba con justicia, al llegar al final del discurso dijo. "Pero ni os suplicaré ni me importa lo que vayáis a fallar: más bien sois vosotros los juzgados que yo". Y así echó a perder el asunto. ¿Qué necesidad había? Simplemente, no pidas y no añadas el "y yo no estoy pidiendo", a menos que sea una ocasión oportuna para irritar a los jueces, como en el caso de Sócrates.

EpictetoDisertaciones

Epicteto 55-135 d.C.

domingo, 5 de mayo de 2024

Martin Heidegger (1889-1976)

Filósofo alemán encuadrado en el existencialismo aunque con cierta imprecisión. Heidegger centró su filosofía en el estudio del ser, la realidad considerada en su más amplia acepción. Y para ello buscó comprender al ser humano, el existente, porque allí es donde el ser se desvela o manifiesta de modo más pleno.

sábado, 4 de mayo de 2024

El conocimiento y el problema de la verdad

1. Conocimiento y verdad

Hemos visto el conocimiento como un proceso que, partiendo de la experiencia sensible, llega a construir conceptos y teorías que intentan describir, explicar y predecir la realidad. Ahora bien, esta descripción de la actividad natural de conocer deja sin resolver el problema filosófico fundamental de distinguir entre lo verdadero y lo falso. Y, en último término, deja abierta la cuestión de si es posible o no alcanzar la verdad.

Ya Parménides, en el siglo V a.C., había distinguido dos caminos: la verdad y la opinión. Para Platón, conectado con esta idea, solo había un tipo de conocimiento, el verdadero, puesto que conocer es una facultad infalible, y el error pertenece al ámbito de la opinión.

Sin embargo, Marx y Engels, en el siglo XIX, problematizaron el conocimiento al mantener que el error y la falsedad son elementos constitutivos del proceso de conocer humano. Señalaron, asimismo, que a lo largo de la historia de la humanidad han existido concepciones falsas e ideológicas que han intentado presentarse como verdaderas. Ahora bien, ¿significa esto que no es posible conocer la verdad?

En el proceso de conocer intervienen un sujeto y un objeto. Esta relación ha sido entendida de distinta manera en la historia de la filosofía. Si ponemos el peso sobre el sujeto, entonces es éste el que crea o construye el objeto, y tendremos un idealismo. Si, por el contrario, la fuerza de la relación se sitúa en el objeto, se entenderá que es el mundo exterior el que predomina sobre la idea, y nos encontraremos con el realismo.

Ambas posiciones, realismo e idealismo, dan lugar a diferentes modos de entender y situar los criterios de verdad:

1) El idealismo mantiene que no se puede conocer directamente la realidad, sino que la estructura cognitiva del ser humano se impone y determina el modo de ver las cosas. Hay una distancia insalvable entre lo que las cosas son y lo que le parecen al sujeto, por lo que el criterio de verdad está en el sujeto, no en el objeto.

2) El realismo defiende la posibilidad de un conocimiento objetivo. Se puede llegar a conocer objetivamente la realidad, como si no mediara en el proceso ningún sujeto. El mundo es la única fuente de conocimiento y el único criterio de verdad.

3) Otro tipo de teorías de la verdad no prestan atención a la relación sujeto/objeto, sino que sitúan el criterio de verdad en el acuerdo entre los individuos de una comunidad. Se trata de teorías del consenso y de teorías pragmáticas.


Pues bien, te diré, escucha con atención mi palabra, cuáles son los únicos caminos de investigación que se pueden pensar; uno: que es y que no es posible no ser; es el camino de la persuasión (acompaña, en efecto, a la Verdad); el otro: que no es y que es necesario no ser. Te mostraré que este sendero es por completo inescrutable; no conocerás, en efecto, lo que no es (pues es inaccesible). 

Parménides: Poema


2. Teorías de la verdad

La duda en torno a las condiciones de posibilidad de un conocimiento objetivo y verdadero se sembró muy pronto, en los orígenes de la filosofía, y todavía hoy constituye un problema que continúa siendo discutido. ¿Cuáles son las condiciones en las que se puede calificar una afirmación como verdadera?

En este punto no se toma el conocimiento como un proceso, sino como algo que está ya dado, y la pregunta se centra en la posibilidad de justificar su objetividad. La teoría del conocimiento tropieza aquí con la dimensión ontológica del conocimiento, esto es, con la relación entre el conocimiento y la realidad.

Una de las cuestiones centrales en la reflexión filosófica con respecto al conocimiento ha sido determinar qué es la verdad. Ello supone encontrar un criterio que ayude a diferenciar lo verdadero de lo falso. Analicemos brevemente las diferentes formas de explicar la verdad más importantes en la historia de la filosofía.

Verdad como correspondencia

La teoría de la verdad como correspondencia parte de dos supuestos previos: por un lado, existe una realidad independiente del pensamiento y, por otro, se puede llegar a conocerla. Se corresponde con las posiciones empiristas y realistas en la teoría del conocimiento.

Esta postura fue mantenida por Aristóteles (siglo IV a.C.) y retomada durante la Edad Media por Santo Tomás de Aquino (siglo XIII), quien señala que la verdad es la adecuación entre el intelecto y la cosa.

En la actualidad, esta teoría de la verdad fue replanteada por Russell, quien mantenía la existencia de un isomorfismo entre realidad y pensamiento. Para que una proposición sea verdadera, tienen que existir en la realidad el conjunto de hechos a los que se refiere.

Para Russell, lenguaje y realidad comparten una misma estructura lógica, por lo que debe darse la misma articulación entre los elementos de una proposición y los hechos que componen un estado de cosas. En esto consiste el isomorfismo entre realidad y pensamiento.

Tarski expuso esta misma concepción en su teoría semántica de la verdad. La adecuación se produce entre un enunciado acerca de las cosas reales (lenguaje-objeto) y otro enunciado sobre el propio lenguaje (metalenguaje); o sea, la verdad es la relación entre dos enunciados lingüísticos de distinto nivel. Tarski pone de manifiesto el papel mediador que tiene el lenguaje en el proceso de conocimiento.

 Verdad como coherencia

Históricamente, las teorías de la verdad como coherencia han sido mantenidas por autores racionalistas o idealistas, como Spinoza, Leibniz o Hegel. Estas teorías se mueven en un plano lingüístico. Hablan de las relaciones entre los signos (matemáticos, lingüísticos, etc.) de un sistema.

No es necesario contrastar con el mundo exterior la verdad o falsedad de una afirmación, porque una proposición es verdadera cuando no entra en contradicción con el resto de proposiciones que conforma una teoría. Su verdad o falsedad depende de la relación que mantiene con otros enunciados del sistema.

En el siglo XX, resurgieron estas teorías de la verdad como coherencia gracias a los matemáticos y los lógicos, principalmente, que creen que lo fundamental de cualquier sistema (matemático, lingüístico, filosófico, etc.) es la ausencia de contradicción.

 Verdad como desvelamiento

Las teorías de la verdad como desvelamiento o alétheia plantean que la verdad se encuentra en la realidad en general (en el ser), y la misión del sujeto es descubrirla, hacerla visible.

Este planteamiento surge con Parménides, pero Heidegger lo desarrolla más explícitamente: las cosas se encuentran ocultas y el objetivo del conocimiento es permitir que se muestren como son a través del discurso.

 Verdad como consenso

Hay teorías que conciben la verdad como consenso y la sitúan en el plano de las relaciones entre sujetos. Así, según Durkheim, la oposición entre verdadero y falso se reduce a un problema de acuerdo y desacuerdo social.

Habermas considera que una buena definición de la verdad no debe olvidar los aspectos intersubjetivos, propios de la vida en comunidad. Se trata de buscar el consenso en el discurso, pero en una situación ideal en la que todos los participantes hablen en igualdad de condiciones y se puedan escuchar todas las opiniones relevantes.

La verdad es el producto intersubjetivo de una comunidad de individuos en relación activa a través de un discurso común.

 Verdad pragmática

La concepción pragmática de la verdad afirma que es verdadero aquello que se muestra eficaz en la práctica.

Según Charles S. Peirce, una sentencia es verdadera cuando los que utilizan el método científico persisten en la afirmación de su verdad. Sólo el método científico alcanza y sustenta indefinidamente un consenso de opiniones. Los demás métodos sólo llegan a acuerdos temporales. La verdad científica es la que mayores éxitos prácticos ha alcanzado y, por tanto, la más fiable.

En último extremo, algunos autores como John Dewey han afirmado que el éxito o la utilidad son los únicos criterios fiables de verdad.

 Verdad como perspectiva: la hermenéutica

La hermenéutica, con el precedente de Nietzsche, tiene en cuenta las condiciones desde las que el sujeto busca y enuncia la verdad. Según Ortega y Gasset, la verdad sólo se podría obtener con la suma de todas las perspectivas particulares de ver el mundo.

Gadamer subraya que la verdad no es monopolio exclusivo de las ciencias naturales, que pretenden distanciarse de cualquier prejuicio para alcanzar la objetividad. De hecho, toma la experiencia de la verdad en el ámbito del arte como modelo de referencia para las demás disciplinas.

En toda comprensión y en toda experiencia de la verdad (también la científica) la persona está condicionada por una serie de prejuicios que posibilitan la comprensión y el acercamiento a la verdad.

La verdad tiene un carácter existencial. Aparece en el diálogo y es fruto de un acuerdo, de la "fusión de horizontes" de los sujetos.