sábado, 3 de mayo de 2025

El buen uso del lenguaje en filosofía

Se puede decir que el lenguaje es una conversación colmada de secretos; a veces, nos entendemos con medias palabras, y otras, nos malentendemos con discursos muy largos. Todo lenguaje se desenvuelve entre la transparencia y la ocultación. El lenguaje es un conjunto de signos que no siempre representan el significado de modo ajustado y, por eso, llama con frecuencia al engaño.

El uso que hacemos de las palabras y de los enunciados también es a menudo una fuente de error. No es lo mismo utilizar el término fuego para pedir lumbre que gritar "¡Fuego!" en una sala abarrotada de público. Por otra parte, la ambigüedad del lenguaje es tal que muchas veces se usa para ocultar realidades desagradables o inconvenientes.

El lenguaje esconde trampas y malentendidos aun cuando se use con voluntad de verdad; por eso, la función de la filosofía es su clarificación. La filosofía vela para que el lenguaje describa correctamente la realidad y no sea un teatro de ilusiones y errores.

Sugerencias para el buen uso del lenguaje en filosofía

A continuación, vamos a proponer algunas pautas para el buen uso del lenguaje en el discurso filosófico:

  1. Debe utilizarse para elaborar ideas, no para confundir como, parece ser, hacías los sofistas. Cuando algo se puede exponer con un término sencillo y claro no acudir a otro oscuro y complicado.

  2. Resistir la tentación de la imprecisión, pues conduce al error. No darse por satisfecho hasta encontrar la expresión adecuada. Éste es un proceso que conlleva muchas revisiones. Los lenguajes filosóficos se caracterizan por la constancia en la verdad y el ejercicio de la crítica.

  3. Desenmascarar las trampas del lenguaje, como, por ejemplo, la creencia en objetos abstractos, que no por tener un nombre son reales; la confusión de ámbitos, generalmente el mental y el físico; la definición sesgada de términos por para deducir conclusiones favorables, o la mezcal del lenguaje-objeto, que habla del mundo, y el metalenguaje.

  4. Analizar supuestos y presuposiciones. Es una tarea previa a la formulación de hipótesis y a la elaboración de un discurso. Se trata de advertir los supuestos implícitos en nuestro pensamiento, de ordenarlos y de constatar lo que puede ocurrir cuando no se diferencia entre presuposiciones y hechos.

  5. Aceptar el pluralismo en la expresión del pensamiento. Algunos filósofos hacían preguntas para ayudar a engendrar la vedad en el otro. Tal fue el caso de Sócrates. Otros se confiaron al arte de la metáfora, como Heráclito o Nietzsche. Otros elaboraron abstractos discursos perfectamente ensamblados, como Hegel o Spinoza.

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