martes, 8 de julio de 2025

Un saber radical: la Metafísica

 El estudio de los rasgos de la realidad y del ser se llama metafísica. Éste es un nombre de curioso origen. En el siglo I a.C., los discípulos de Aristóteles ordenaron sus obras, y situaron los libros que trataban del ser y la realidad tras los dedicados al estudio de la naturaleza (physis): los llamaron "los libros que están más allá de los libros de la física".

1. La metafísica como filosofía primera

Aristóteles advirtió que "más allá" de los problemas que planteaba el estudio de los fenómenos naturales era necesario analizar los aspectos comunes de todo lo real. Este análisis era el objeto de la filosofía primera, que fue el primer nombre de lo que hoy llamamos metafísica.

El objeto de la filosofía primera era el estudio de los principios fundamentales de la realidad y de todo cuanto existe.

Como afirma Aristóteles, la filosofía primera analiza los rasgos de "ser en cuanto ser", del ser de "lo que es", también llamado "lo ente", y quería identificar sus primeros principios y sus causas. Para ello, debía tener en cuenta las realidades concretas, pero no se quedaba en ellas: analizaba las cuestiones más generales que permiten explicar por qué una cosa es lo que es y cuáles son los principios que la constituyen.

También se conoce esta rama más general de la filosofía con el término ontología, que significa "ciencia del ser". Para Aristóteles, era la forma suprema de filosofía. Por eso, la llamó filosofía primera.

2. La metafísica clásica

Durante muchos siglos, la metafísica se identificó con la filosofía y con la ciencia. Las demás ramas de la filosofía se derivaban de ella.

La metafísica clásica, caracterizada por un elevado nivel de abstracción, pretendía describir el denominador común de la realidad. Para ello, debía desarrollar la máxima generalidad, pues los rasgos de lo real estaban "más allá" y "trascendían" los aspectos concretos de los seres particulares. Era un saber de tipo trascendental.

Empleaba conceptos complejos, como esencia y existencia, sustancia y accidentes, atributos y propiedades, objetos reales y objetos ideales, necesidad y posibilidad, etc. Asimismo, creó categorías que servían para distinguir formas diferentes de realidad y clasificar las entidades en grupos.

El discurso metafísico es un discurso argumentativo: es un saber racional, con argumentos que deben estar fundamentados. Está presidido por ciertos principios o exigencias. Dos de ellos, ambos principios lógicos que orientan el discurso metafísico, tenían especial importancia:

1) El principio de no contradicción, que afirma que es imposible que, al mismo tiempo, un ser determinado tenga una propiedad y no la tenga.

2) El principio del tercero excluido, que afirma que cuando un objeto posee una propiedad determinada, posee esa y no otra.

Pero el avance de la ciencia experimental y las aportaciones de la física de Newton limitaron las pretensiones explicativas de la metafísica, cuyos problemas aparecían como cuestiones sin sentido. Kant intentó dar respuesta a las ambiciones de la metafísica clásica.

3. La actitud metafísica y sus rasgos

Hay una serie de rasgos generales que caracterizan lo que puede denominarse la actitud metafísica. Indicaremos cuatro especialmente importantes:

  1. Es siempre un saber de principios: Pretende analizar los primeros principios de la realidad, aquellos de los que se derivan todos los demás y que permiten comprender lo que queremos decir cuando pensamos que algo "es".

  2. Posee un carácter radical: Analiza la "raíz" de la realidad y trata de encontrar lo que constituye el ser de las cosas concretas. Obviamente, esto le permite ejercer una crítica de tipo radical, que no se detiene nunca.

  3. Tiene una pretensión de totalidad: Desde esta perspectiva, pretende superar las diferencias de las cosas particulares. No se contenta con soluciones parciales ni con una especialización limitada. Quiere analizar el conjunto de la realidad para encontrar su sentido. Muchas de las grandes concepciones metafísicas desembocan en una imagen del mundo determinada, que explica lo que se considera real.

  4. Considera la realidad humana una referencia fundamental: Todos los problemas que analiza tienen como referencia el universo del ser humano. Y es que, al intentar comprender la realidad, el ser humano pretende comprenderse a sí mismo; es decir, pretende hallar el sentido de su realidad y de su existencia.

lunes, 7 de julio de 2025

La conciencia moral

1. La voz de la conciencia

Con el término conciencia moral designamos la capacidad que tienen las personas para conocer y juzgar la bondad o maldad de las acciones, tanto propias como ajenas. La conciencia moral, además, mueve y orienta la conducta en la dirección que la persona considera correcta. Expresiones tales como "tengo la conciencia tranquila", "me remuerde la conciencia", "allá cada cual con su conciencia" o "he obrado según me dictaba la conciencia" reflejan claramente el significado moral y la importancia que concedemos a esta capacidad para orientanos en nuestra vida cotidiana.

En todos estos ejemplos el lenguaje popular habla de una especie de voz interior que inspira, obliga y sanciona la moralidad de nuestras acciones. Sin embargo, en su formulación habitual, esta voz aparece como algo demasiado misterioso; por eso la ética intenta aclarar qué es y cómo se desarrolla la conciencia en la vida de los individuos y las sociedades.

2. Heteronomía y autonomía

Para juzgar sobre la bondad o maldad de las acciones o de las normas, la conciencia se sirve de principios en virtud de los cuales la persona rige su vida. En ocasiones no nos percatamos muy bien de cuáles son nuestros principios, pero lo cierto es que cualquier persona se atiene a algunos, se dé cuenta o no de ello.

Estos principios pueden venirle impuestos o dárselos ella a sí misma, racional y libremente. En el primer caso hablamos de heteronomía y en el segundo, de autonomía:

- Una conciencia es heterónoma cuando se guía por:
  • Los dictados del instinto o las apetencias
  • Por la tradición
  • Por la autoridad de otros, sean personas concretas, sea una mayoría
- Una conciencia es autónoma, por el contrario, cuando es ella la que propone las normas morales que deben regir su acción, habiendo reflexionado y decidido sin coacciones.

Sin duda, las personas empezamos por aprender las normas en la sociedad en la que vivimos: en la familia, en la escuela, en el grupo de amigos de distintas edades. Es decir, que en principio nos vienen de "fuera". Pero eso no significa que seamos heterónomos.


La familia constituye un medio de aprendizaje de normas sociales muy importante. Pero sólo en la medida en que reflexionamos sobre ellas y las aceptamos si creemos que son válidas para hacernos mejores personas, nos convertiremos en seres autónomos.

Actuamos de forma autónoma si somos nosotros los que decidimos reflexivamente qué normas consideramos buenas y si somos capaces además de crear otras nuevas. Obramos de forma heterónoma, por el contrario, si nos guiamos por las apetencias o por lo que otros nos dictan, sin haber considerado por nuestra parte qué es lo propio de personas verdaderamente humanas.

La sociedad es el conjunto de las relaciones sociales. Pero, entre éstas, pueden distinguirse dos extremos: las relaciones de presión, en que lo propio es imponer al individuo, desde el exterior, un sistema de reglas de contenido obligatorio, y las relaciones de cooperación, cuya esencia es hacer nacer, en el interior de la mente, la conciencia de normas ideales que controlan todas las reglas. Las relaciones de autoridad y respeto unilateral dan lugar a las relaciones de presión y caracterizan la mayoría de los estados de hecho de la sociedad dada y, en particular, las relaciones entre el niño y el ambiente adulto que le rodea. Por el contrario, las relaciones de cooperación definidas por la igualdad y el respeto mutuo constituyen un sistema de equilibrio más avanzado.

Jean PiagetEl criterio moral en el niño

3. Autonomía y universalidad

"Autonomía" equivale entonces a "autolesgislación", a darse a sí mismo leyes propias. Pero, en cuanto hablamos de leyes, estamos indicando que valen para un grupo o bien universalmente, porque una ley no puede valer para una sola persona. En el caso de la moral, las leyes han de valer universalmente porque son aquellas que cualquier persona debería cumplir, para ser verdaderamente humana y no inhumana.

Por eso, con la expresión "autonomía moral" nos referimos a la capacidad que tenemos las personas de guiarnos por aquellas leyes que nos daríamos a nosotras mismas porque nos parecen propias de seres humanos. No tiene, pues, nada que ver con "hacer lo que me dé la gana", ni tampoco con la independencia frente a toda norma.

4. El desarrollo de la conciencia

Comportarse de forma autónoma es una posibilidad que cada ser humano puede realizar o no. Si repasamos la historia, podremos observar que las conductas heterónomas están siempre relacionadas con situaciones de servidumbre, en sus distintas formas, mientras que los seres autónomos se comportan como seres dueños de sus propios actos, porque en definitiva el término "autonomía" es sinónimo de libertad: es libre quien se da a sí mismo sus propias leyes y las sigue, siempre que entendamos por "sus propias leyes" aquellas que extendería a todos los seres humanos.

De ahí que podamos valorar el tránsito de la heteronomía a la autonomía como un progreso, como un ganar en madurez, que puede lograrse individual y socialmente.

Los individuos tenemos una conciencia capaz de progresar, pero también las sociedades tienen una conciencia que puede ir madurando desde la heteronomía a la autonomía: desde regirse por tradiciones, autoridades y costumbres no asumidas reflexivamente desde principios humanizadores, hasta guiarse por ese tipo de principios. En el caso de las sociedades, Habermas ha elaborado lo que él llama una teoría de la evolución social, en la que muestra que las sociedades han ido aprendiendo moralmente.