lunes, 30 de diciembre de 2024

Las revoluciones científicas del siglo XX

En el siglo XX se han producido tres grandes revoluciones que han cambiado el modo de entender la realidad:

  1. En el ámbito de la física, las teorías de la relatividad y cuántica originan un nuevo concepto de la estructura del universo y de la materia.
  2. En el ámbito biológico, la bioquímica y la genética muestran la vida como resultado de la complejidad y autoorganización de la materia.
  3. En el ámbito humano, la revolución digital y las neurociencias relacionan la conciencia con la física y la biología, respectivamente.

1. La teoría de la relatividad

Albert Einstein, a partir del descubrimiento del efecto fotoeléctrico, llegó a la conclusión de que la luz se comporta como onda y como partícula, y su velocidad es constante. Era el inicio de la teoría de la relatividad.

Según la teoría especial de la relatividad, no hay ningún movimiento absoluto, ni ningún punto de referencia fijo, como exigía la física de Newton. Y, por tanto, no existen el tiempo y el espacio separados, sino un continuo espacio-tiempo. La masa y la energía son intercambiables, de acuerdo con la consabida fórmula:  E = m c²

La teoría general de la relatividad explica el movimiento acelerado de los cuerpos y, en especial, la gravedad como una curvatura del espacio-tiempo, representado, gracias a la nueva geometría, como un espacio cuatridimensional.

La comprensión de estos enunciados es poco intuitiva. Su elevada abstracción requiere de analogías para entenderlos. La relatividad de toda observación puede comprenderse si nos situamos en el interior de un tren y comprobamos que los postes de la catenaria parecen pasar más deprisa o más despacio según estemos quietos o caminemos dentro del tren.

2. La teoría cuántica

Esta teoría pretende explicar la estructura de la materia en el nivel atómico y subatómico. En 1900, Max Planck demostró que la materia absorbe o emite energía en unidades limitadas llamadas quanta. Más adelante, otros físicos, como Bohr, Dirac, Heisenberg y Schroedinger, llegaron a la conclusión de que la materia se compone de átomos, y estos, de pequeñas partículas muy próximas al límite de lo inobservable.

Estas partículas tienen una naturaleza dual: unas veces se comportan como puntos de masa y otras como ondas, de manera que sola una ecuación matemática puede expresarla. Esta ecuación no describe un comportamiento exacto, sino solamente una tendencia o probabilidad.

Heisenberg formula este carácter indeterminista del mundo subatómico en el llamado principio de indeterminación: "No se puede medir a la vez la velocidad y la posición de una partícula". Es decir, se puede predecir, bien la velocidad, bien la posición de una partícula, pero no ambas a la vez. Este descubrimiento supone el fin del determinismo.

3. El big-bang y la nueva imagen del universo

El gran reto de la física actual es la unificación de las teorías cuánticas y de la relatividad. La revolución cuántica trajo consigo el descubrimiento de dos nuevas fuerzas que se suman a las ya conocidas de la gravedad y el electromagnetismo. Estas son la fuerza nuclear "fuerte", que mantiene unido el núcleo del átomo, y la fuerza nuclear "débil", que actúa en el interior de los protones y neutrones del núcleo.

Las fuerzas nucleares "fuerte" y "débil" desarrollan una extraordinaria energía muy concentrada y de alcance muy limitado. En el otro extremo, la gravedad opera de forma inversa. No es la de mayor potencia, pero sí la de mayor alcance. Las fuerza electromagnética mantiene la cohesión de los átomos mediante la atracción y la repulsión de los protones y electrones, fenómeno que llamamos electricidad.

A estas cuatro fuerzas se les llama también metafóricamente "cuerdas", por su función energética de integración o enlace. La teoría de unificación más aceptada es la teoría de la supercuerda. Propuesta en la década de 1980, intenta describir la totalidad del universo como constituido por unas entidades abstractas semejantes a cuerdas, infinitamente pequeñas, que se encuentran vibrando y girando bajo una gran tensión. Las partículas serán estados vibracionales, nodos o puntos de oscilación de esas cuerdas.

Bajo esta misma perspectiva unificadora se sitúan las teorías sobre el origen del universo. La más consistente es la conocida como big-bang o gran explosión. En 1948, George Gamow, basándose en estudios anteriores sobre la radiación del fondo del universo, propuso una imagen de éste en expansión. El momento inicial fue una gran explosión de un punto primordial de energía casi infinita y materia casi nula, por tanto, de elevadísima densidad y temperatura.

El espacio-tiempo se originó en la misma explosión y con él las primigenias partículas y los primeros núcleos de hidrógeno y helio. En billonésimas de segundo se fueron constituyendo los átomos y, en virtud de la atracción de la gravedad, se fueron concentrando en estrellas y planetas. Este universo podría seguir expandiéndose o, previsiblemente, acabar en una implosión (big-crunch), en la que todos los elementos constituyentes retrocederán hasta fusionarse de nuevo en la partícula inicial.

4. Los agujeros negros

Un agujero negro es una deformación del espacio-tiempo causada por una estrella en extinción que al enfriarse provoca una gran campo gravitatorio. Todo cuanto se acerca a él, incluida la luz, es absorbido. Según Stephen Hawking, el universo es un continuo de infinitos y pequeñísimos agujeros negros, y lo que llamamos el vacío cósmico no es tal, sino el resultado de la neutralización de una partícula y su antipartícula. En los agujeros negros siempre se pierde una partícula o su antipartícula, borrándose así la mitad de la información e incrementando, por tanto, la naturaleza indeterminada de la materia. Incluso, a veces, el agujero se perfora abriendo paso a otros universos paralelos.

5. La revolución digital

La investigación teórica nunca ha sido separada de la técnica. Pero hoy día, la relación es tan estrecha que no se daría la una sin la otra. Así, hemos creado el término tecnociencia para indicar esta dependencia recíproca.

Actualmente, no es posible realizar una investigación sin la colaboración de complejos sistemas informáticos. La revolución digital es otra gran aportación de la tecnociencia en nuestro tiempo.

La digitalización consiste en reducir toda información a un sistema matemático basado en dos valores o dígitos: el uno y el cero. Estos valores numéricos se traducen, mediante un transistor, en impulsos eléctricos. Toda imagen, texto o sonido puede ser convertida en dígitos y procesada electrónicamente en los ordenadores, permitiendo cálculos y simulaciones inconcebibles por la mente humana.

Esta tecnología abre un nuevo universo: el espacio cibernético, semejante a una gran "retícula neuronal", una tupida red de conexiones libres donde la mente humana entra y sale cuando y donde quiere. Esta profunda transformación ha dado lugar a una visión globalizada del mundo y sobre todo a una situación de comunicación total.

En este especio cibernético, la televisión, la telefonía e internet cumplen una función mediadora entre la realidad física y la mente humana. En muchos casos, ya la realidad física va siendo sustituida por la realidad virtual. Así se va configurando una especie de "mente universal" como si de otro espacio infinito se tratara.

Las neuronas de nuestro cerebro funcionan como diminutos ordenadores conectados en red, y el espacio cibernético, como una actividad cerebral ejecutada por millones de neuronas artificiales. Incluso, se está planteando la conexión directa entre el ordenador y el cerebro.

En este contexto, se difuminan las fronteras entre lo material y lo mental, entre la máquina y la inteligencia. La relación entre inteligencia natural y artificial se constituye como lugar de encuentro de las revoluciones cuántica y digital. La energía, la materia y la información no son ámbitos tan dispares como aparecen ante el sentido común y, como veremos a continuación, también el ámbito de la vida está íntimamente unido a ellos.

6. La revolución biológica

La revolución biológica es el resultado de tres grandes aportaciones. La primera es la teoría de la evolución. Las otras dos surgen del campo de la bioquímica y de la genética.

En 1953, Stanley Miller logró sintetizar en laboratorio los primeros elementos de la vida, y con ello mostró la vida surgiendo de la materia. Estableció la relación entre química y vida. Consiguientemente, también la relación entre el origen del universo y el origen de la vida.

A partir del big-bang, los procesos oscilatorios de la energía y la materia cristalizaron en diminutas partículas que iniciaron un camino de complejidad y autoorganización que constituyen la prehistoria de la vida. Algunas de las primeras biomoléculas adquirieron, en virtud de esa complejidad, dos rasgos muy característicos de la vida: la replicación y la relación consigo mismas. El ser vivo adquiere interioridad y se convierte en un sistema abierto con propiedades emergentes. La conciencia sería una de estas propiedades.

Tanto la identidad como la replicación son posibles por la información o programación que posee la célula: el código genético. El descubrimiento de la doble hélice de ADN por Francis Crick y James Watson y el posterior desciframiento de sus secuencias o genes han sido un paso decisivo en la explicación y el dominio de la diversidad biológica. Tal diversidad es el resultado de casi infinitas combinaciones de solo cuatro elementos o bases (adenina, citosina, timina y guanina).

domingo, 3 de noviembre de 2024

Los valores orientan nuestra vida

La experiencia de estar perdidos en el monte, o en un bosque, puede ser angustiosa. Aunque al principio tenga cierto sabor de aventura, conforme van pasando las horas se convierte en la pesadilla de no saber qué hacer ni hacia dónde caminar. El resultado puede ser la pérdida de la propia vida. Pero este tipo de situaciones puede prevenirse aprendiendo a utilizar los instrumentos de orientación, como la brújula y el mapa. Para ello es necesario entrenarse con ayuda de quienes ya saben manejar esas herramientas. De ese modo será más fácil encontrar el camino de salida.

De manera parecida, para no sentirse perdido en la vida personal y social, es preciso aprender a valorar lo que verdaderamente merece la pena y es necesario tomar como guía de la propia vida los valores y las normas que realmente nos humanizan. Los valores morales son la brújula y el mapa que nos ayudan a encontrar el camino de una vida mejor para todos.

1. Los valores nos sirven de guía

Una caravana en el desierto necesita un experto guía para llegar a su meta. En la vida moral, los valores que prefiramos orientan nuestras decisiones.

Las personas somos seres capaces de tomar decisiones y de adquirir hábitos de conducta. De ese modo construimos nuestro propio carácter y personalidad moral conforme a ciertos valores. Los valores son cualidades de las personas y de las cosas, por las que nos resultan atractivas (valores positivos) o repulsivas (valores negativos). La belleza de un paisaje, la generosidad de una persona y la justicia de una sociedad son ejemplos de cualidades valiosas o valores positivos. Muchos valores pueden ser incorporados a la vida personal y social si se hacen los esfuerzos precisos. Los valores positivos nos atraen, mientras que los negativos nos repelen; y aquellos que nos parecen superiores a otros nos llevan a preferirlos o a darles prioridad frente a los valores que consideramos inferiores.

Para conocer nuestra identidad personal y la de las demás personas o la de una sociedad, es fundamental saber qué valores son los preferidos, porque ellos configuran los modos de ser. Para averiguarlo hay que mirar a las acciones concretas: en nuestras elecciones diarias es donde se descubre qué es lo que verdaderamente preferimos. Esto es así porque los valores tienen un componente emotivo (mueven el sentimiento), un componente intelectual (son razonables) y otro componente experiencial (se les comprende mejor cuanto más se incorporan a la propia vida).

 Concepto de valores y normas  
Para modificar nuestras actitudes o adquirir otras nuevas, los hombres necesitamos un referente o una guía por la que orientarnos: los valores, que muchas veces se concretan en normas.
Los valores son cualidades de las cosas (por ejemplo, la belleza), de las personas (por ejemplo, la lealtad) o de la sociedad (por ejemplo, la solidaridad). Encontramos valores positivos y negativos, y unos valores nos parecen superiores a otros. Para comportarnos mejor y ser mejor persona, es necesario saber qué valores son los preferidos por la sociedad.
Las normas son reglas y deberes de convivencia que se deben seguir y a las que se deben ajustar las conductas, las tareas, las actividades, etc.

2. Hechos y valores

Para comprender mejor qué son los valores, hemos de subrayar la diferencia que hay entre describir hechos y hacer valoraciones. Por ejemplo, no es lo mismo relatar cómo es el físico de una persona expresando datos de estatura, peso, color de piel, color de pelo, etc. (hechos), que afirmar que la persona en cuestión «es insobornable» (valor) o bien que es «digna de toda confianza» (valor).

Al describir hechos estamos utilizando un lenguaje descriptivo que permite expresar datos fácilmente comprobables como verdaderos o falsos: «mide 1'80», «pesa ochenta kilos», «su pelo es castaño oscuro», etc.

En cambio, cuando hacemos juicios de valor estamos usando un lenguaje valorativo que indica orientaciones para la acción de uno mismo o de los demás. Porque si decimos, por ejemplo, «esta persona es insobornable», normalmente estamos indicando que valoramos positivamente la rectitud moral que esa persona muestra a través de sus comportamientos habituales, y al mismo tiempo estamos dando a entender que ese valor positivo debería orientar la conducta de cualquier persona, incluido uno mismo.

Con el lenguaje descriptivo decimos cómo es una realidad, mientras que el lenguaje valorativo nos sirve para indicar cómo debería ser. En el primer caso hablamos de cuestiones de hecho, mientras que en el segundo se trata de cuestiones de valor. En la práctica, ambos aspectos de la realidad aparecen mezclados, pero no conviene confundirlos.

3. Tipos de valores

El ejemplo de la persona insobornable tiene relación con los valores morales. En este caso, decir que esa persona tiene incorporado el valor de la insobornabilidad equivale a decir que dicha persona, hasta hoy, se ha venido comportando de una manera que consideramos moralmente positiva, a saber, ha sabido rechazar el soborno.

Pero existen también otros tipos de valores: económicos (eficacia, eficiencia, etc.), vitales (salud, vitalidad, energía, etc.), religiosos (santidad, fe religiosa, etc.), intelectuales (verdad, exactitud, rigor científico, etc.) y estéticos (belleza, elegancia, armonía, creatividad, etc.).

Para cada tipo de valores necesitamos criterios o cánones de valoración diferentes, que estudian las disciplinas correspondientes.

4. Los valores morales

Los rasgos característicos de los valores específicamente morales son los siguientes:

 Son valores que podemos incorporar, con mayor o menor esfuerzo, en la vida personal y social, a diferencia de otros valores que no dependen tanto de nosotros. No todas las personas pueden ser bellas, sanas o eficientes, por mucho que se lo propongan, y eso no significa que no puedan ser personas moralmente buenas. Porque, en el caso de los valores morales, sí que está en nuestras manos incorporarlos en la propia vida.
 Los valores morales sólo pueden ser cualidades de las personas, de sus acciones o de sus formas de relación, no de los animales ni de las plantas. Únicamente los seres capaces de elegir son libres y, por tanto, responsables de sus acciones. Sólo ellos pueden ser honrados, leales o buenos en sentido moral.
 Son valores que creemos que debería apreciar cualquier persona que desee realmente comportarse como tal. Cuando hablamos en serio de ser justo o de ser una persona respetuosa con los demás y con el medio ambiente, lo que estamos expresando es que toda persona debería apreciar esas cualidades y tratar de incorporarlas en su vida cotidiana.

Los valores pueden ser apreciados por todos, es decir, todas las personas pueden incorporarlos a sus vidas. Por tanto, los valores morales valen universalmente, es decir, todas las personas los pueden considerar igualmente válidos.

5. Normas morales

Una norma moral es cualquier imperativo que orienta la conducta de las personas para ir realizando valores morales. Por ejemplo, si pretendemos tomar en serio el valor de la igualdad, trataremos de cumplir la norma "No se debe discriminar a nadie por la raza, el sexo, el idioma o las creencias". Pero ha de hacerse en conciencia y no como una estrategia para lograr algún beneficio egoísta. Porque las normas morales no tienen nada que ver con posibles recompensas o castigos, sino que obligan a cada cual ante sí mismo: si uno las cumple, siente que se humaniza, y si no las cumple, siente remordimientos.

Esto lo veremos más claro si comparamos los principales tipos de normas:



sábado, 2 de noviembre de 2024

La ética epicúrea

La teoría del conocimiento nos ha indicado el modo de acceder al conocimiento de la realidad; la Física ha puesto de relieve la auténtica esencia del mundo y de los seres humanos, haciéndonos comprender que es absurdo temer los fenómenos naturales, la muerte y los dioses; la Ética, según los epicúreos, nos muestra el auténtico camino que conduce a la felicidad. Esta vía consiste, justamente, en procurar liberar al alma de todos los temores y de todas las preocupaciones para que pueda arribar a una situación de tranquila indiferencia o ataraxia (αταραξία).

La Ética socrática, platónica y aristotélica era activa y social y se desenvolvió en estrecha relación con la política: Sócrates, por ejemplo, salía a la plaza pública, a las termas, etc., a dialogar con sus convecinos sobre la virtud, la justicia, los deberes, etc.; en Platón, el sabio (el filósofo) aparecía comprometido en el gobierno de la sociedad; y según Aristóteles, el ser humano, por naturaleza, es "animal político". La moral epicúrea, por el contrario, intentó refugiarse en un individualismo alejado de todas aquellas preocupaciones. Epicuro predicaba la renuncia a toda actividad pública, la huida de la turba social y la retirada al Jardín de los Sabios. Según él, la verdadera moral debe conducir a la inactividad, a la imperturbabilidad, a la soledad o, si acaso, a la tranquila charla amistosa entre "los pocos sabios que son capaces de retirarse del mundanal ruido".

1. El placer

Decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. En efecto, de acuerdo con la naturaleza, él es el primer bien y él nos sirve de guía para llevar a cabo toda elección y todo rechazo y de acuerdo con él valoramos todas las cosas por el afecto que producen. Y puesto que por naturaleza éste es el primer bien, justamente por eso no elegimos todos los placeres, antes bien rechazamos muchos cuando de ellos se han de derivar mayores males para nosotros. Y preferimos algunos dolores si de soportarlos han de seguirse mayores placeres.
Diógenes LaercioCarta a Meneceo

La doctrina ética de Epicuro se fundamenta en las afecciones de placer y dolor que las sensaciones producen en los seres humanos: el placer es bueno y el dolor es malo. En este sentido, todos los seres humanos buscan el placer y huyen del dolor; la propia naturaleza muestra que tal principio posee una extensión universal, pues tanto los animales como los niños se comportan de este modo sin ningún tipo de aprendizaje.
Pero, ¿qué se entiende por placer? De modo primario y radical, el placer corpóreo, el "placer de la carne" o el "placer del vientre". Este autor entendió por placer un estado negativo en el que no se experimenta absolutamente dolor en el cuerpo ni perturbación en el alma; pero las primeras formas, y las más terribles, de dolor y de perturbación son las que se derivan de la carencia de los bienes necesarios: alimentos, agua, vestidos; es decir, las primeras causas de dolor y perturbación son sufrir hambre, sed, frío... en consecuencia, el primer modo de placer consistirá en la satisfacción de dichas necesidades o, lo que es lo mismo, en lograr el equilibrio fisiológico de tener satisfechas las necesidades elementales y en manera alguna de exaltar los placeres de las personas viciosas, intemperantes o ambiciosas.

2. Placeres del cuerpo y placeres del alma
Epicuro distinguió entre los placeres y dolores del cuerpo y los del alma; los primeros guardan relación directa con las afecciones que produce la sensación y permanecen localizados en los órganos adecuados (el dolor se produce en una parte concreta del cuerpo: en el estómago si tienes hambre, en el rostro si se ha recibido un golpe en él, etc.); los placeres y los dolores del alma, en cambio, se refieren a la parte intelectiva y poseen un carácter duradero, flexible e independiente. El cuerpo no puede sufrir ni gozar otros dolores ni placeres que los presentes. El alma, en cambio, puede sufrir y gozar con placeres pasados, pues gracias a su capacidad de memoria y de previsión puede ignorar la situación actual del cuerpo, recordando situaciones pasadas de signo opuesto.


En sentido estricto, es posible afirmar que los únicos dolores y placeres existentes son los corporales, pues, en último término, los placeres y los dolores del alma no son más que placeres o dolores del cuerpo recordados o anticipados. En consonancia con estas ideas, Epicuro podía asegurar que para ser feliz toda la vida es suficiente con haberlo sido un instante, pues nuestra alma puede recordar una y mil veces la experiencia pasada y, de este modo, volver a ser feliz: el recuerdo de los placeres gozados puede borrar los dolores presentes. Pero también puede suceder lo contrario, que los deseos negativos que anidan en nuestra alma (odios, envidias, ambiciones...) perturben el bienestar actual.

Quien hace ocultamente algo contra la mutua convención de no dañar ni ser dañado, de nada sirve que se oculte, pues aunque esté oculto durante algún tiempo, no es seguro que lo pueda estar hasta su muerte.
EpicuroMáximas capitales

3. Deseos naturales y deseos no naturales
No todos los placeres son iguales, sino que existen placeres superiores y placeres inferiores; por tanto, se trata de elegir de modo conveniente los placeres adecuados sin dejarnos llevar por deseos inmediatos; pues algunos placeres son fuente de dolores y ciertos dolores origen de placeres. En este sentido, Epicuro estableció una triple distinción entre los deseos humanos, a saber: deseos naturales y necesarios, como beber cuando se tiene sed, abrigarse cuando se tiene frío...; deseos naturales no necesarios, que surgen de las preocupaciones por la vanidad y el lujo (son naturales los deseos de comer y beber, pero no es necesario el deseo de procurarse alimentos exquisitos ni sabrosos licores); y deseos ni necesarios ni naturales, que son los que se originan a causa de opiniones o juicios desmedidos, por ejemplo, deseo de riquezas y honores, ansia de poder, etc.
A este respecto, Epicuro proscribía los deseos no necesarios y minimizaba los necesarios, debemos huir de los exquisitos banquetes, anular el amor a las riquezas, cargos y honores, evitar el matrimonio, la intervención en políticas, etc., porque todos ellos son fuente de dolores y turbaciones. Además, señaló la conveniencia de tener satisfechos los deseos necesarios, pues la carencia de alimentos, agua y vestido dificulta enormemente la vida placentera; no obstante, recomendaba moderación y conformidad con poco. Como vemos, el hedonismo de Epicuro se encuentra en las antípodas de un mundo como el nuestro, obsesivamente preocupado por el lujo, el consumo, el derroche...

4. La elección de los placeres

Cuando decimos que el placer es el fin, no queremos entender los placeres lujuriosos y libertinos, como dicen algunos ignorantes de nuestra doctrina o contrarios a ella; sino que unimos la ausencia del dolor del cuerpo con la tranquilidad del ánimo. No son los convites ni los banquetes, ni el disfrute de muchachos y mujeres, ni de pescados y otros manjares que pueden darse en una suntuosa mesa los que hacen dulca la vida, sino un sobrio raciocinio que investiga perfectamente los motivos de toda elección y de todo rechazo.
Diógenes LaercioCarta a Meneceo

Para ser felices no basta cualquier clase de placeres, sino que mientras unos favorecen la felicidad, otros propenden a perturbarla. En consecuencia, debemos saber elegir, esto es, calcular adecuadamente entre los placeres y los dolores que se nos ofrecen. Este cálculo es llevado a cabo por la prudencia racional.
Vemos, pues, que también en Epicuro, siguiendo la tendencia de casi toda la filosofía griega, aparece un cierto intelectualismo moral, la elección la lleva a cabo la razón o el intelecto: la persona sabia y prudente, por una parte, sabe escoger y, por otra, siempre es dichoso. Las desgracias de los seres humanos se deben a los deseos desordenados, es decir, no elegidos conforme a la razón; pero vivir de este modo es vivir de modo irracional y convertidos en esclavos de nuestras pasiones y deseos. La persona sabia, al contrario, de acuerdo con los dictados de la naturaleza, se aleja de todas las preocupaciones y busca la autarquía (αυτἀρκεια), la autosuficiencia, pues sabe que no puede esperar nada de los dioses ni de los otros seres humanos, y la autarquía conduce a la ataraxia, a la imperturbabilidad: vivir indiferente a los avatares del mundo y de la sociedad; "para ser feliz vivamos escondidos", nos viene a decir Epicuro, ya que el sabio sólo aspira a vivir en la amistad de otros sabios; pues "de todas las cosas que nos ofrece la sabiduría para la felicidad de la vida, la más grande es la adquisición de la amistad".

Todo deseo inquieto y molesto se disuelve en el amor a la verdadera filosofía... Nadie debe dilatar el filosofar de joven ni sentirse cansado de hacerlo de viejo; pues nadie es nunca demasiado joven para buscar la salud del alma ni demasiado viejo para dejar de hacerlo. Y quien dice que la hora de filosofar aún no le ha llegado o que ya le ha pasado, es semejante a quien dice que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado la hora de ser feliz.
EpicuroEpístola a Meneceo

5. El tetrafármacos
El camino para arribar a la autarquía y a la ataraxia lo resumió Epicuro con los cuatro preceptos (el tetrafármacos) siguientes: a) no temer a los dioses: los dioses ni tienen molestias ni se las producen a nadie; b) no temer a la muerte; c) los males y los dolores son breves, pues el dolor agudo o se acaba pronto o pronto acaba con nosotros; d) el bien es fácil de lograr, consiste en no prestar atención al dolor y en alejarse de él mediante el recuerdo de los pasados placeres.

Nada es la muerte para nosotros, pues todo mal y todo bien se hallan en la sensibilidad y la muerte es la privación de la sensibilidad.
Diógenes LaercioCarta a Meneceo

En conclusión, la ética de Epicuro era hedonista; ahora bien, el hedonismo así entendido, contra lo que frecuentemente se afirma, resulta profundamente ascético y hasta heroico, sin duda alguna alejado de los ideales y de las capacidades de la inmensa mayoría de las personas. Se trata, efectivamente, de buscar el placer, mas los epicúreos sabían que el placer sin norma ni medida es poco consistente y fácilmente nos convierte en esclavos; en consecuencia, se impone ser prudentes, conformarse con un mínimo de placer y procurar conseguir el dominio de nosotros mismos.

jueves, 12 de septiembre de 2024

Isaac Newton (1642-1727)

Físico británico que realizó la gran síntesis científica de la Edad Moderna, completando las aportaciones de Galileo. Formuló las leyes del movimiento y la ley de la gravedad, precisando que los fenómenos celestes y terrestres seguían las mismas leyes. Asimismo, estableció los principios esenciales del método científico, que debía combinar la experimentación y la formulación de hipótesis.

lunes, 2 de septiembre de 2024

La imagen de la realidad en la ciencia clásica

La ciencia da lugar a una imagen general del mundo; a lo largo de la historia se pueden considerar los tres grandes modelos de interpretación que analizaremos a continuación.

1. La ciencia antigua: un universo cerrado

La visión clásica se sustenta en un modelo organicista: el universo es un gran organismo jerarquizado y diferenciado en sus partes. El espacio se concibe cerrado y finito, y su centro es la Tierra (geocentrismo).

Aristóteles pensó el universo dividido en dos niveles: el inferior se encuentra por debajo de la órbita de la Luna y es imperfecto, y el superior se sitúa más allá y es perfecto. En el ámbito inferior, los cuerpos se componen de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. En el mundo supralunar, se encuentran las estrellas fijas girando en esferas concéntricas y cristalinas llenas de un quinto elemento llamado éter.

Es un universo dinámico en el que todo lo que se mueve es movido por otro, de manera que en última instancia todo es atraído jerárquica y ordenadamente por un primer motor inmóvil. Es decir, se trata de un universo dotado de una finalidad (teleología).

En el siglo II, Ptolomeo asumió el geocentrismo aristotélico, y atribuyó a los planetas una doble órbita. Así explica el misterio hasta ese momento impenetrable: el aparente desplazamiento hacia atrás de algunos planetas. Su sistema, llamado por los árabes almagesto (el más grande), perduró hasta el Renacimiento.

El cristianismo añadió el concepto de Creación a esta imagen del mundo cerrado y teleológico. Asimiló el primer motor aristotélico con Dios y el orbe supralunar con el cielo. Así se formó la interpretación medieval del mundo centrada en Dios y en el mundo sobrenatural (teocentrismo).

2. La nueva ciencia: el universo abierto

En el Renacimiento se revisó el sistema aristotélico y se inició un cambio de perspectiva cuyas características más destacables son el heliocentrismo, el descubrimiento de las matemáticas como estructura del universo y un nuevo método de conocimiento. Junto a ellas surgió una actitud de dominio de la naturaleza, muy diferente al anterior talante contemplativo, que dio lugar a un gran desarrollo de la técnica.

Copérnico cuestionó el geocentrismo y la división del espacio en dos orbes de la cosmología aristotélica. Situó el Sol en el centro del universo y concibió un mundo homogéneo, en el que la Tierra ya no era el centro.

Galileo revolucionó la física de Aristóteles. Al estudiar la caída libre de los cuerpos, descubrió el movimiento acelerado y consideró que el universo está escrito en clave matemática. Si preguntamos a la realidad con este lenguaje nos desvelará sus leyes.

La ciencia antigua observaba y contemplaba las cualidades del mundo. La ciencia nueva mide y extrae leyes para dominarlo.

Descubrió el método resolutivo-compositivo, hoy llamado hipotético-deductivo. Consiste en reducir la observación a los datos más significativos (resolución) para elaborar una hipótesis (composición) de la que se pueda extraer consecuencias comprobables experimentalmente.

3. El sistema de Newton: el mundo como máquina

Con la caída de la física y la astronomía aristotélicas cayó también la imagen del mundo ordenado teleológicamente por un motor inmóvil. Kepler extendió a todo el orbe celeste las leyes del movimiento propuestas por Galileo. Esto le permitió concebir el universo como una gran máquina, en el que el cielo y la tierra seguían las mismas leyes exactas.

Pero fue Newton quien formuló definitivamente la nueva imagen del mundo. Lo concibió como un espacio homogéneo constituido por masas independientes que se atraen unas a otras en virtud de la fuerza de la gravedad. No solo la Tierra, sino el universo entero está sometido a esta ley de gravitación universal.

Ahora, el universo se concibe como un gran mecanismo de relojería regulado por leyes necesarias y donde el espacio y el tiempo son referencias absolutas de todo movimiento. El universo es infinito, tridimensional y homogéneo, y está regido por un determinismo estricto. Laplace llegó a afirmar que una inteligencia que conociera las leyes del universo y su estado inicial podría predecir cualquier acontecimiento.

El mecanismo perduró hasta bien entrado el siglo XIX, cuando entró en crisis con el descubrimiento del electromagnetismo y por las nuevas teorías evolutivas y genéticas, que ponían en entredicho el fijismo y proponían el azar como explicación de la variación de las especies.

En la década de 1830, Faraday descubrió la inducción electromagnética e introdujo el concepto de campo, que supuso una alternativa a la dinámica basada en la gravedad y su actuación a través del éter. La fuerza que mueve las partículas y las masas ya no viene directamente de ellas, sino de un campo o contexto en el que están situadas.

Las grandes transformaciones científicas del siglo XX deben su éxito, en gran medida, a las matemáticas.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Juzgar con justicia

1. La voz de la justicia en el desarrollo moral
No nacemos con una conciencia ya hecha, sino que va conformándose a través de un proceso de aprendizaje en el que desempeñan un papel fundamental los factores socioculturales, el tipo de educación recibida y la experiencia emocional. Sin embargo, según algunos autores como Lorenz Kohlberg, en la conformación de la conciencia es fundamental la evolución que se produce en el aspecto cognitivo, es decir, en el modo de razonar acerca de las cuestiones morales y de juzgar sobre ellas. Por eso analiza la estructura del crecimiento moral de la persona teniendo en cuenta cómo formula juicios, y muy concretamente los juicios sobre lo que es "justo" o "correcto".

2. La teoría de Lorenz Kohlberg
Kohlberg establece una secuencia de tres niveles y seis estadios (dos por cada nivel) en la evolución moral de la persona, desde la infancia hasta la edad adulta.
  • Los niveles definen las perspectivas de razonamiento que la persona pueda adoptar en relación a las normas morales de la sociedad.
  • Los estadios expresan los criterios mediante los que la persona emite su juicio moral, lo cual muestra la evolución seguida dentro de cada nivel.


Los niveles del desarrollo moral según la teoría de Lorenz Kohlberg son los siguientes:

 Nivel preconvencional: El egoísmo como principio de justicia   
Este nivel representa la forma menos madura de razonamiento moral. Una persona se encuentra en él cuando enjuicia las cuestiones morales desde la perspectiva de sus propios intereses. En este sentido, la persona tiene por justo lo que le conviene egoístamente.
En un principio, el niño sigue las normas establecidas por la autoridad adulta para evitar el castigo. Posteriormente, ve las normas de un modo "mercantil" e "individualista": lo justo es ahora lo que satisface las propias necesidades e intereses y las de los demás cuando satisfacen las propias. Las relaciones humanas se entienden de un modo similar a las del mercado.
Según Kohlberg, este primer nivel caracteriza principalmente el razonamiento moral de los niños, aunque muchos adolescentes y un buen número de adultos persisten en él.

 Nivel convencional: Conformismo con las normas sociales  
Una persona en este nivel enfoca las cuestiones morales de acuerdo con las normas, expectativas e intereses que convienen al "orden social establecido", porque le interesa ante todo ser aceptada por el grupo, y para ello está dispuesta a acatar sus costumbres.
En este sentido, la persona tiene por justo lo que es conforme a las normas y usos de su sociedad. Por eso considera que es valioso en sí mismo desempeñar bien los "roles" o papeles sociales convencionales, es decir, adaptarse a lo que su sociedad considera bueno.
Al principio, lo justo es lo que gusta a los demás, lo que el grupo acepta, que suele plasmarse en los modelos sociales vigentes y en lo que hace la mayoría.
Posteriormente, el juicio moral se orienta hacia el respeto a la autoridad establecida, hacia la conformidad de las normas vigentes y la justificación del orden social "tal cual está". Lo justo consiste ahora en que cada uno cumpla con sus obligaciones sociales, adoptando así el punto de vista del colectivo social y situándose por encima de los intereses individuales.
Según Kohlberg, este segundo nivel surge normalmente durante la adolescencia y es dominante en el pensamiento de la mayoría de los adultos. No superarlo supone plegarse a lo que el grupo desee, lo cual tiene serios peligros, porque los grupos tienden a generar endogamia, prejuicios frente a los diferentes e intolerancia ante los que no se someten al rebaño, de forma que pueden acabar ahogando a los individuos. Por eso es preciso acceder al nivel supremo de madurez: el postconvencional.

 Nivel postconvencional: La autonomía moral  
En este nivel, la persona distingue entre las normas de su sociedad y los principios morales universales, y enfoca los problemas morales desde estos últimos. Esto significa que es capaz de reconocer principios morales universales en los que debería basarse una sociedad justa y con los que cualquier persona debería comprometerse para orientar el juicio y la acción. La medida de lo justo la dan los principios morales universales desde los cuales puede criticar las normas sociales.
En un principio, lo justo se define en función de los derechos, valores y contratos legales básicos reconocidos por toda la sociedad, de manera constitucional y democrática. La legalidad se apoya, además, en cálculos racionales de utilidad social (el mayor bien para el mayor número posible).
Posteriormente, la persona puede ir más allá del punto de vista contractual y utilitario para pensar en la perspectiva de principios éticos de justicia válidos para toda la humanidad. Se trata de reconocer los derechos humanos en la igualdad y el respeto por la dignidad personal de todos los seres humanos. Lo justo se define ahora por la decisión de la conciencia de acuerdo con tales principios. La conquista de la autonomía es considerada así como la meta del desarrollo moral de la persona.
Según Kohlberg, este nivel es el menos frecuente, surge durante la adolescencia o al comienzo de la edad adulta y caracteriza el razonamiento de sólo una minoría de adultos.

3. Los dilemas morales

En sus investigaciones sobre el desarrollo moral, Kohlberg se sirvió preferentemente del método de los dilemas. Un dilema moral es un caso, real o inventado, en el que el protagonista se encuentra ante una situación que debe resolver escogiendo entre dos alternativas de acción que representan valores morales mutuamente incompatibles y conflictivos entre sí. La mayoría de estos dilemas presentan conflictos entre normas legales y valores morales o entre valores morales de distinta importancia o jerarquía. La muestra de sujetos a los que se les presentaba el dilema debían colocarse imaginariamente en el lugar del protagonista, elegir la alternativa que consideraban más correcta y justificarla mediante un razonamiento moral. Kohlberg analizaba, a continuación, las respuestas dadas con el convencimiento de que no es tanto la solución escogida sino las razones esgrimidas para justificarla lo que informa, en realidad, del estadio y nivel de desarrollo moral en que se encuentran los sujetos.
Desde que Kohlberg lo utilizara, el método de los dilemas se ha venido practicando tanto en el terreno de la investigación como en el de la educación en valores morales ya que considera un buen medio para estimular la toma de conciencia, el diálogo reflexivo y la creatividad de respuesta ante los problemas éticos que se presentan en nuestras sociedades. El desarrollo de la autonomía moral de los sujetos se ve por todo ello favorecido e impulsado. 

viernes, 26 de julio de 2024

Juzgar con compasión

1. No sólo justicia y autonomía

La teoría de Kohlberg es quizá la formulación más completa del desarrollo moral con la que contamos actualmente. Sin embargo, como cualquier teoría, tiene puntos débiles. Aquí nos limitaremos a comentar las objeciones de aquellos que consideran, con toda razón, que en el desarrollo de la conciencia moral es preciso contar con otros componentes además de la justicia y la autonomía.

Carol Gilligan
2. Compasión y responsabilidad


En este sentido, Carol Gilligan (n. 1936), discípula de Kohlberg, insiste en que hay al menos dos formas de conciencia moral: la que juzga sólo desde la justicia y la autonomía, y la que tiene en cuenta también la compasión y la responsabilidad. Alcanzar la madurez moral no consiste sólo en llegar a ser justo y autónomo, sino también en lograr ser compasivo y capaz de responsabilizarse de aquellos que nos están encomendados.

3. ¿Dos voces diferentes?

Carol Gilligan llegó a estas conclusiones al percatarse de que la mayoría de los psicólogos (FreudPiagetKohlberg) cuentan en sus investigaciones sólo con varones y no con mujeres, y además con varones occidentales, nacidos en democracias liberales. Como un nutrido número de mujeres no responde a sus investigaciones como ellos desean para respaldar sus hipótesis, concluyen que las mujeres muestran una conducta "desviada", en vez de reconocer que es sencillamente diferente.
Normalmente se educa a los varones en Occidente para que se hagan cargo de la vida pública, y por eso se entiende que han de ser individuos autónomos, con un sentido de la justicia que les permita hacer contratos y cumplirlos. A las mujeres, por el contrario, se les educa en la compasión y la responsabilidad para que se queden en la vida privada y atiendan al esposo, los hijos y los parientes incapacitados.

4. Dos voces complementarias

Sin embargo, esto no significa que realmente se pueda adscribir a cada uno de los sexos una forma de entender la moral, porque los cuatro ingredientes mencionados (justicia, autonomía, compasión y responsabilidad) son indispensables para alcanzar la madurez moral. Por tanto, que predomine uno u otro en una persona es una cuestión individual, más que una característica del sexo entero.
Lo bien cierto es que hay al menos dos voces morales, en las que han de expresarse tanto las mujeres como los varones:
  • La voz de la justicia, que consiste en juzgar sobre lo bueno y lo malo situándose en una perspectiva universal, más allá de las convenciones sociales y el gregarismo grupal. Esta perspectiva recibe el nombre de "imparcialidad".
  • La voz de la compasión por los que precisan de ayuda, que son responsabilidad nuestra, empezando por los más cercanos.
Al fin y al cabo, no hay verdadera justicia sin solidaridad con los débiles, ni auténtica solidaridad sin una base de justicia.