El concepto de identidad cultural comenzó a utilizarse con frecuencia después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque es una idea que se presenta habitualmente cuando una cultura entra en contacto con otra. Por ejemplo, surgió en el momento en el que los criollos organizaron los movimientos de emancipación política de España a finales del siglo XVIII. Entonces se plantearon la pregunta en torno a "quiénes somos", que es la que pretende resolver el concepto de identidad cultural.
La identidad cultural es el conjunto de características comunes con las que se identifica un grupo humano.
Estas características serían de dos tipos:
1) Por un lado, una serie de elementos materiales compartidos (ceremonias, instituciones, arte, etc.).
2) Por otro lado, otros componentes de carácter subjetivo y social (la propia idea de pertenencia al grupo, conocimientos, mitos, costumbres comunes, etc.).
La identidad cultural no se corresponde unívocamente con la identidad nacional. En nuestro mundo de relaciones globalizadas, hay elementos culturales supranacionales (la Coca-Cola, vestirse de blanco la novia en el ritual matrimonial, etc.) y la mayoría de los países son entidades multiculturales.
En este contexto, se mantienen dos concepciones acerca de la identidad cultural:
1) Una concepción esencialista, que define de forma estática los elementos que constituyen la identidad de un grupo cultural y pretende preservar costumbres, actitudes, instituciones, etc., frente a otras culturas.
Se presuponen unos elementos constituyentes, de origen remoto, que se han preservado generación tras generación y que son considerados un patrimonio común por los componentes del grupo cultural.
Este concepto esencialista es excluyente, considera homogéneo el espacio cultural propio e intenta defenderlo de toda contaminación exterior. Esta concepción corre el riesgo de ser usada ideológicamente para defender intereses de grupos de poder o posiciones políticas.
2) Una noción histórica no esencialista, que considera las culturas productos históricos sometidos a cambio. En este sentido, la identidad cultural, más que algo dado, es un proyecto; se la considera un proceso dinámico que admite elementos nuevos al tiempo que reproduce los de la propia tradición.
Desde esta perspectiva, es inevitable que las tradiciones, las formas económicas y políticas, el lenguaje o el arte cambien con el tiempo y con la interacción con otros grupos culturales y se adapten a cada época histórica.
Los procesos de enculturación producen una continuidad en los grupos culturales, y gracias a ellos se mantienen los elementos materiales, sociales y subjetivos comunes que configuran la identidad cultural de un grupo humano.
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