domingo, 21 de abril de 2024

Sócrates y los orígenes del diálogo

Sócrates. Fresco en una casa de Éfeso

¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

Estos versos de Antonio Machado, escritos en el siglo XX, expresan, quizás la orientación fundamental de la vida y el pensamiento de Sócrates, uno de los escasos ejemplos históricos en los que el modo de pensar y el modo de vivir fueron saludablemente coherentes.

Para Sócrates, una persona sola no encontrará la verdad ni el bien, sino que necesita dialogar con otras para lograrlo; además, al término del diálogo es ella la que ha de decir qué es lo que tiene por verdadero y por bueno, y no establecer sus criterios sobre lo que digan todos o la mayoría. Somos seres dialógicos, pero también autónomos.

Sócrates vivió en consonancia con estos principios; dialogando con todos aquellos que se le aproximaban, tanto amigos como oponentes, pues todos somos, sucesivamente, aprendices y maestros en el conocimiento del bien y de la verdad. De él hemos tenido noticia por otros autores, sobre todo por su discípulo Platón.

En ningún momento desistió de esta búsqueda y, ni siquiera cuando su condena a muerte se hizo pública, hizo dejación de su libertad de decir lo que creía justo.

1. Vida de Sócrates

Sócrates nace en Atenas en el año 469 a.C. Su padre, Sofronisco, era escultor; su madre, Fenareta, comadrona. En su juventud es estudioso e inquieto, y conoce la filosofía de algunas escuelas anteriores, sobre todo la de Anaxágoras, los eleáticos y los pitagóricos, y es contemporáneo de los sofistas.

Al morir su padre, recibe en herencia una pequeña fortuna que le permite vivir con austeridad. Se casa con Xántipa, con la que tiene varios hijos.

No participa en política, pero cumple con honradez sus deberes ciudadanos y combate, con valentía y firmeza, en la Guerra del Peloponeso para la defensa de Atenas.

Su vida transcurre en esta ciudad, rodeado de discípulos, amigos y personas de todo tipo y condición; con ellos paseaba y dialogaba, haciendo de ello su tarea habitual, la única que, pensaba, podía llevarlos a conocer el bien y la virtud. No cobraba por «sus clases» y criticaba a los sofistas (los primeros que crearon «centros educativos»), por pretender enseñar la virtud mientras que afirmaban no saber en qué consistía ésta; es decir, los criticaba por ser relativistas y demagogos.

En el año 399 a.C. es acusado de negar a los dioses y de corromper a los jóvenes; tras un juicio poco claro, se le declara culpable y es condenado a muerte. Por coherencia con sus principios, rechaza la fuga que le proponen sus amigos y discípulos y espera tranquilo en la cárcel la ejecución de la sentencia, que consistía en beber una copa de cicuta, una sustancia letal.

2. Una aportación genial: su método

Sócrates participa de la mentalidad de su tiempo, para la que el sabio no es sólo el que conoce los secretos del universo, sino sobre todo el que sabe vivir bien. En aquel momento, como ahora, la aspiración de las personas no se reducía a sobrevivir, sino que se elevaba a vivir con calidad, y eso no sabemos hacerlo todos, sino que hay que aprender en qué consiste y vivir según lo aprendido.

Pero, ¿cómo se aprende y se enseña a vivir bien? Sólo es posible mediante el diálogo.

Sócrates partía de la base de que en nuestro interior reside la verdad y el bien, eso sí, recubiertos de errores y prejuicios. Nuestra búsqueda de ellos tiene, pues, dos tareas que hacer, relacionadas con los oficios de sus padres: modelar nuestra supuesta sabiduría, sólo aparentemente verdadera, y ayudar a dar a luz el bien y la verdad.

Este aprendizaje-enseñanza partía de cuatro afirmaciones iniciales:

  • La verdad y el bien pueden ser conocidos.
  • Todas las personas son capaces de descubrirlos.
  • Nadie los tiene en exclusiva.
  • Necesitamos dialogar para sacarlos a la luz.

3. Iniciador de la ética

Es verdad que hay planteamientos éticos anteriores al siglo V (como el de Heráclito de Éfeso), pero los estudiosos están de acuerdo en afirmar que es en este siglo, con Sócrates, cuando se pone en marcha la reflexión acerca de la dimensión moral del ser humano.

Por el camino del diálogo fue indagando Sócrates qué es el bien, qué la justicia, y estaba convencido de que saber en qué consisten es suficiente para vivir de acuerdo con ellos. A esta convicción de que quien conoce el bien lo hace, y, por tanto, cuando se obra mal es por ignorancia, se le ha llamado intelectualismo moral.

Esta doctrina ética ha sido tachada de idealista, por no tener en cuenta los sentimientos, pero esta crítica es errada en el caso de Sócrates. Él creía que, si nos importa ser felices, practicar el bien (virtud) nos hace felices, y, si sabemos en qué consiste, es de tontos no realizarlo: nadie obra mal a sabiendas. Y la verdad es que llevaba razón.

Pero lo que sí es cierto es que Sócrates no contaba, al menos, con dos factores:

 a)  que la debilidad moral lleva a las personas a hacer el mal que no desean;

 b)  que las personas somos más que inteligencia, y a veces un sexto sentido nos desvía de lo que parece estar intelectualmente claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario