1. Unos mínimos morales compartidos
Las exigencias mínimas de justicia, en las que están de acuerdo las distintas concepciones morales de vida buena de una sociedad pluralista, son unas exigencias que hemos aprendido históricamente porque, como dice Jürgen Habermas, las sociedades no sólo aprenden técnicamente, sino también moralmente. Ese aprendizaje es similar al que realiza un niño que, aunque al principio le parece justo aquello que le conviene y más tarde lo que conviene a su sociedad, acaba considerando como justo lo que conviene a cualquier persona. Por eso, para juzgar si una norma es justa, intenta ponerse en el lugar de cualquier otro.
Esto ha ocurrido también en las sociedades occidentales, que, en realidad, cuando hablan sobre lo que es justo e injusto, consideran justas aquellas normas que favorecen a todos los afectados por ellas aunque después las infrinjan frecuentemente. Con lo cual hay unos mínimos de justicia con respecto a los cuales ninguna sociedad quiere retroceder, al menos verbalmente. Esos valores básicos componen lo que se llama la ética cívica.
2. Los valores de la ética cívica
Si nos preguntamos qué valores se necesita mantener y fomentar para que sea posible el pluralismo moral, lo primero que descubrimos es que no vale todo: algunos valores pueden servir como marco de convivencia pacífica y justa entre seres humanos, mientras que otros no sólo no sirven, sino que pueden ser un obstáculo para esa convivencia. Por eso, una detenida reflexión sobre los valores que pueden formar parte de la ética cívica muestra que, como mínimo, se precisas los cinco valores siguientes:
※ La libertad, entendida como:
- Como autonomía moral: Cada persona es muy libre de querer unas cosas u otras, siempre que no dañe a los demás. La sociedad está obligada a ayudarle a descubrir qué es lo que realmente quiere y a no impedirle llevarlo a cabo.
- Como autonomía política: Cada ciudadano está legitimado para participar activamente en su comunidad política.
※ La igualdad, que es:
- Eliminación de la dominación: Ningún individuo ni grupo de individuos puede poseer un bien dominante, es decir, un tipo de bien tal que, si se posee, se poseen con él todos los demás. Por ejemplo, que mediante el poder político se pueda poseer también el económico, el cultural, incluso la belleza, o que el bien dominante sea el poder económico.
- La igualdad exige que cada persona pueda disfrutar de una cantidad razonable de cada uno de los bienes y además destacar en algunos de ellos. Prohíbe que algunas personas se apoderen de todos los bienes en grado máximo.
- Cada persona ha de tener el mínimo material, social y cultural para desarrollar una vida digna: un ingreso suficiente, educación, vivienda, asistencia sanitaria, ayuda en la enfermedad y vejez...
- Igualdad de oportunidades para ocupar cargos y empleos, disminuyendo las desigualdades naturales y sociales en que nacemos.
- La sociedad ha de procurar que todas las personas alcancen un razonable nivel de autoestima: que tengan una valoración positiva de sí mismas como personas que pueden llevar adelante con éxito proyectos de vida permisibles.
※ La solidaridad: En un mundo de desigualdades naturales, que se pueden paliar, pero no eliminar del todo (siempre hay enfermos, débiles), es imposible que todas las personas sean libres e iguales sin la solidaridad de los demás. Pero la solidaridad exige dos tipos de acción:
- Apoyar al débil para que alcance la mayor autonomía y autoestima posibles.
- Explotar al máximo los propios talentos en provecho del grupo y de la sociedad.
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