lunes, 20 de mayo de 2024

La ética de los estoicos

1. Introducción

La Ética trata de establecer los principios y las normas de la conducta humana; pero, ¿qué sentido pueden tener dichas normas y principios si todas las personas se encuentran sometidas al indefectible orden del Cosmos? Si las pasiones, los proyectos, los deseos... de los seres humanos se encuentran regidos inexorablemente por la razón cósmica, ¿dónde queda la libertad?, y si la libertad no existe, ¿qué sentido puede poseer la Ética? ¿Cómo conjugar la libertad y la responsabilidad humanas con la providencia y el Destino que determina y ordena todas las cosas?
La Filosofía estoica, de modo principal, pretendía responder a estas y a otras preguntas análogas; pero no siempre resulta fácil y, frecuentemente, surgirán numerosas aporías difíciles de justificar.

2. Naturaleza y racionalidad humanas

En los animales es innata la tendencia según la cual se dirigen hacia sus propios fines, pues a ellos los instintos les orientan de acuerdo con la naturaleza. Pero a los seres racionales les ha sido dada la razón para que se orienten de modo más perfecto, a fin de que viviendo de acuerdo con ella, vivan también rectamente conforme a la naturaleza, pues la razón es la directriz y guía de los instintos.
Diógenes LaercioCarta a Meneceo

Según los estoicos, todos los seres propenden a comportarse conforme a sus tendencias naturales, pues dichas tendencias les orientan de modo infalible hacia su fin propio y adecuado. En este sentido, la tendencia fundamental que se observa en los animales es el instinto de conservación (y no el del placer, como decían los epicúreos) y en consonancia con este instinto se sienten inclinados a buscar lo que les conviene. Ahora bien, ¿qué sucede en el caso del ser humano? ¿En qué consiste su tendencia natural?
En tanto en cuanto animal, como el resto de los animales, la tendencia propia de los seres humanos no puede consistir sino en procurar conservar la vida. Pero, por encima de su ser animal, el ser humano es, también, racional, y en tanto que racional se mueve en otro plano, a saber: posee la tendencia natural a conocer la verdad y a vivir de acuerdo con las exigencias propias de la razón (es decir, de la propia naturaleza racional). Por tanto, puesto que para los estoicos la naturaleza no hace nada en vano, si el ser humano posee por naturaleza dichas tendencias, el ejercicio de éstas le conducirá a su fin, su bien y su perfección; en consecuencia, el bien de los seres humanos vendrá dado por el conocimiento de la verdad y por el comportamiento racional.

3. El bien y la virtud
Desde la perspectiva moral, los estoicos diferenciaron tres clases de cosas, a saber: las buenas, las malas y las indiferentes (ἀδιἀφορα, adiáfora).

Dicen que entre las cosas, unas son buenas, otras malas y otras ni malas ni buenas. Son buenas las virtudes: prudencia, justicia, fortaleza, templanza y otras semejantes; son malas, las opuestas a éstas: la imprudencia, la injusticia, etc. Y son neutras las que ni aprovechan ni dañan: la vida, la salud, el deleite, la belleza, la fuerza, la riqueza, la gloria, la nobleza y los opuestos a éstos, como son la muerte, la enfermedad, las molestias, la fealdad, la debilidad, la pobreza, el bajo linaje y otras semejantes... Y así como es propio del calor calentar y no enfriar, es propio del bien beneficiar y no perjudicar; pero las riquezas y la salud no son más provechosas que dañosas, luego ni las riquezas ni la salud son bienes.
Diógenes LaercioCarta a Meneceo

De acuerdo con nuestras propias tendencias naturales, debemos preferir los bienes y rechazar los males. Así pues, el bien supremo de los seres humanos es la virtud; en el fondo, virtud y bien son una y la misma cosa: la virtud consiste en comportarse de acuerdo con la razón, por tanto, los seres humanos son virtuosos cuando obran racionalmente. De este modo, puesto que existe un solo saber (se es o no se es sabio), la virtud también será única y cuando aludimos a una pluralidad de virtudes, no pretendemos sino designar los diferentes puntos de vista desde los que podemos considerar aquélla; a este respecto, los estoicos enumeran junto a virtudes, como la prudencia, constancia, sabiduría, templanza, etc., otras como la dialéctica y la física.

4. Las pasiones y el mal

Del error proviene la perversión de la mente y por ello surgen muchas pasiones o perturbaciones; pues según Zenón, la perturbación o pasión es un movimiento irracional y contrario a la naturaleza del alma o, lo que es igual, una tendencia desorganizada.
Diógenes LaercioCarta a Meneceo

La virtud nos conduce hacia nuestra perfección; las pasiones, en cambio, perturban nuestra razón y nos llevan hacia el mal o, expresado de modo más sencillo, la virtud es moralmente buena, las pasiones moralmente malas. Ahora bien, ¿de dónde surgen las pasiones? Según los estoicos, las pasiones se originan en nuestra alma a causa de determinados errores, a causa de un uso inadecuado de la facultad racional; las pasiones son opiniones o juicios precipitados, irreflexivos, equivocados...
De acuerdo con la filosofía estoica, ciertas cosas dependen de nosotros, pero otras no; dependen de nosotros las cosas buenas y las malas, es decir, la prudencia, la justicia, el valor, etc., y la imprudencia, la ignorancia, la cobardía, etc.; y no dependen de nosotros las cosas indiferentes, esto es, la muerte, la salud, la fealdad, las riquezas y otras semejantes. En consecuencia, debemos preocuparnos por procurar las cosas buenas y por evitar las malas, ya que están subordinadas a nosotros, pero no por las cosas indiferentes, que no dependen de nosotros.
Las cosas indiferentes guardan una estrecha relación con nuestros errores y nuestras pasiones, ya que tanto éstas como aquéllos proceden de una inclinación inadecuada (de un deseo inadecuado) hacia ellos. Ahora bien, más que dichas cosas en sí, lo que realmente perturba a los seres humanos y agita sus pasiones son las opiniones erróneas que de ellas se tienen; por ejemplo, el mal no es la muerte, sino la preocupación por la muerte, no la pobreza, sino los deseos desmesurados de riqueza, no la enfermedad, sino el miedo al sufrimiento; o sea, lo que perturba a los seres humanos es su preocupación por las cosas exteriores ajenas a ellos mismos: salud y muerte, pobreza y riquezas, poder, etc.

5. La ataraxia
Las pasiones surgen a causa del error de la razón; pero, a su vez, conducen a mantener y a reforzar éste, privando o dificultando a la razón el ejercicio correcto de su actividad propia; por tanto, ¿cómo librarnos de ellas? La respuesta de los estoicos era contundente: siendo sabios. El sabio no es víctima de las ilusiones de la pasión, porque sabe juzgar rectamente, es decir, de acuerdo con las exigencias de la razón universal (o, lo que es lo mismo, de acuerdo con la naturaleza, la providencia o el orden del cosmos) y, en consecuencia, es virtuoso: el sabio no es avaricioso, ni se deja llevar por la alegría ni la tristeza, no conoce el egoísmo ni la piedad, ni teme al dolor ni a la muerte, etc., pues permanece indiferente a los bienes externos.

A este respecto, los estoicos predicaban la "tranquilidad de ánimo", la "imperturbabilidad" o ataraxia (ἀταραξία) como dominio sobre las pasiones y la apatía (ἀπάδεια) como su eliminación. Así pues, el sabio es virtuoso y su virtud consiste en la ataraxia y la apatía, así como en vivir sin temores ni afectos.


"Quien es prudente es también temperante, quien es temperante es constante, quien es constante es también imperturbable, quien es imperturbable está exento de tristeza, quien está exento de tristeza es feliz y la prudencia basta para hacer la vida venturosa." A esta serie de deducciones responden algunos peripatéticos que la imperturbabilidad y la exención de tristeza debe interpretarse en el sentido de que se llame imperturbable, a quien raramente se perturba y de manera moderada y hombre triste al que no es propenso a entristecerse y no a quien nunca se turba ni entristece, pues afirmar que existe alguien inmune a la tristeza sería negar la naturaleza humana. Los peripatéticos, pues, no arrancan las pasiones, las moderan. Es, empero bien poca cosa. "Yo no comprendo cómo una media enfermedad puede ser saludable y útil".
SénecaCartas morales a Lucilio

6. Conclusiones
Los estoicos predicaban la ataraxia; pero, ¿es ésta posible? ¿Es humana? Creemos que la respuesta a ambas preguntas debe ser negativa; en este sentido, Epicteto, uno de los más importantes representantes del estoicismo romano, nos dijo lo siguiente:

Mostradme un estoico, si tenéis alguno, ¿dónde o cómo? Son millares quienes repiten las frases estoicas, ¿acaso no sucede lo mismo con las epicúreas y las peripatéticas? Entonces ¿quién es estoico? Mostradme uno que sea dichoso en la enfermedad, que se encuentre dichoso en el peligro, que sienta felicidad a la hora de la muerte, que despreciado y calumniado aún sea feliz. Pero si no podéis presentarme a nadie modelado así, al menos, mostradme alguien que comience a modelarse de este modo. ¡Hacedme este favor! No privéis a este anciano de ver un espectáculo que hasta ahora no ha podido gozar de él.
EpictetoDisertaciones

Vemos, pues, que, en el fondo, el sabio, como los estoicos lo concebían, no existe, no puede existir, por eso, ellos mismos se vieron obligados a corregir sus aspiraciones maximalistas y a contentarse con otras más modestas; por ejemplo, señalando los comportamientos más aceptables de las personas o manteniendo que, aun entre las cosas indiferentes, unas son preferibles a otras, por ejemplo, la salud, la riqueza, el arte, la buena suerte, etc. Por otra parte, el sabio estoico, al contrario que el epicúreo, propendía a intervenir en la sociedad y a tomar parte en sus instituciones, lo cual, indudablemente, suponía que se hallaba dispuesto a tener en cuenta las circunstancias concretas, esto es, los problemas y las preocupaciones de sus conciudadanos.
En resumen, es conveniente discernir entre un plano ideal y otro real, entre una moral teórica y otra práctica, entre la moral a que se aspira y la realmente vivida; en este aspecto, la doctrina estoica puede significar un adecuado freno a la desmedida preocupación por el lujo, la riqueza o al incontinente hedonismo de nuestra época; pero más allá de estas beneficiosas influencias nos parece una exageración sobrehumana (o antihumana); la persona, creemos, debe vivir preocupada por las cosas cotidianas y por su futuro, ha de ser capaz de disfrutar con las alegrías de sus amigos y familiares y entristecerse con las desgracias de quienes le rodean y, en fin, ha de procurar ser más bien simpático que apático y preferiblemente voluntarioso que abúlico. 

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